EL DESPLANTE DE ABBAS

Pocos mandatarios internacionales se han atrevido dar plantón a todo un vicepresidente de Estados Unidos. Sólo es un gesto, pero eso, precisamente, es lo que ha hecho Mahmoud Abbas.

 

El presidente palestino, Mahmoud Abbas se ha negado a reunirse con el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence.

Abdelfatah al Sisi, presidente de Egipto y Abdalá de Jordania, ambos receptores de cuantiosas ayudas estadounidenses, sí le recibieron, pero el presidente de una pequeña autonomía aspirante a Estado no lo hizo. Abbas quería poner de manifiesto que Washington ha dejado de ser un mediador para su gobierno y por eso, ni siquiera estaba en la zona cuando llegó Pence. El mensaje está ahí, sobre la mesa.

¡Quién lo hubiera dicho cuando los estadounidenses crearon el puesto de primer ministro y colocaron en él a Abbas para dinamitar al viejo Arafat, cercado en la Mukata! Pero hay cosas por las que un dirigente palestino no puede pasar, al menos de cara a la galería. Una de ellas es Jerusalén. No pudo hacerlo Arafat en Camp David, en el año 2000 y mucho

Mike Pence, es un creyente evangélico convencido que siempre se ha mostrado partidario de reforzar los lazos con Israel.

menos puede hacerlo Abbas, que no tiene ni el apoyo ni el carisma de su histórico predecesor.

Llevo casi veinte años cubriendo Oriente Próximo y no recuerdo una visita de un alto cargo estadounidense tan intrascendente. Hubo que postponerla en diciembre, cuando la zona estaba incendiada por las protestas contra la decisión del Presidente Trump de reconocer Jerusalén como la capital de Israel, porque ni siquiera los líderes de las iglesias cristianas de Oriente Próximo deseaban reunirse con él. La razón: ninguno quería aparecer en la foto con el brazo derecho del hombre que había entregado la tercera ciudad santa del Islam a Israel por miedo a las represalias de los grupos radicales. Y no es de extrañar, teniendo en cuenta el gran número de atentados terroristas y ataques que, en los últimos años, ha sufrido la comunidad cristiana de la región, especialmente, los coptos de Egipto.

El presidente palestino, Mahmoud Abbas, con una baja popularidad, no ha querido recibir a Pence después del anuncio de Trump sobre Jerusalén.

Los cristianos de Jerusalén tampoco estaban a gusto con la visita. Pence, ultraconservador evangélico, ha sido un huesped incómodo para todos excepto para Netanyahu, deseoso colgarse una medalla para aliviar la presión a la que está sometido, en el centro de varias investigaciones por corrupción. El lider de la oposición israelí, Isaac Herzog, con quien Pence no quiso reunirse, se ha encargado de recordarlo varias veces durante su estancia. Y hasta para la prensa ha sido un tour incómodo. Algunas periodistas se han quejado de que durante la visita al Muro de las lamentaciones las colocaron en un lugar marginal, tras los hombres, acuñando la expresión Pence Fence.

Y mientras tanto, Abbas en Bruselas. Su mensaje: que la Unión Europea o al menos alguna de sus grandes potencias deben ocupar el lugar que ha dejado vacante el Presidente Trump. Quién conoce Jerusalén sabe que Israel ejerce la soberanía de facto sobre ella desde hace décadas y que el Parlamento, los ministerios y las instituciones más importantes están aquí. Para Israel es su capital eterna e indivisible y así actúa. De hecho, gracias a la decisión de Trump, al viaje de Pence y al desplante de Abbas, gran número de israelíes han recordado o se han enterado de que para la mayoría de los paíeses que integran la ONU no es así.

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