En una tarde Trump ha dinamitado décadas de esfuerzos de sus predecesores para presentar a Estados Unidos como un mediador ecuánime en Oriente Próximo. En numerosas ocasiones, otros presidentes hicieron grandes ejercicios de ingeniería política para contentar a sus distintos aliados y mantener una línea de actuación exterior que ahora parece haber llegado a su fin.
No sólo el presidente palestino, Mahmoud Abbas, tampoco los cristianos coptos de egipto quieren reunirse con Mike Pence, el vicepresidente estadounidense, que ha retrasado su viaje a la zona. Los líderes coptos, cuya comunidad ha sido objetivo de numerosos atentados terroristas, no quieren salir en la foto con la mano derecha del hombre que que ha entregado Jerusalén, la tercera ciudad santa del Islam, a Israel. Una reacción que deja claro que la decisión de Trump ha despertado un gran rechazo en el mundo árabe y musulmán, pero también en la ONU y la UE. Casi todos los países de la zona, liderados por el jefe de Estado turco, Recep Tayip Erdogan, rechazan la decsión de Trump y lo escenificaron en la última cumbre de la Organización Islámica de Cooperación, en Estambul, el pasado Miércoles. Además, en su comunicado final, la institución hizo un llamamiento a reconocer Jerusalén como la capital de Palestina.
El posicionamiento de Trump ha colocado en una difícil situación a los aliados musulmanes de Washington y a otros paises de la zona, como Jordania, Egipto o el Líbano, donde la población se ha echado a la calle para mostrar su desacuerdo. Para los movimientos islamistas más radicales, la decisión del presidente estadounidense es un regalo; más gasolina para echar al fuego del descontento y el fanatismo. Grupos terroristas como el DAESH ya han utilizado para llamar a sus fieles y simpatizantes a cometer ataques y atentados terroristas. Desde los hermanos musulmanes hasta Hezbolah, uno de los grandes enemigos de Israel, han puesto el grito en el cielo. El jeque Nashrallah, el líder de la milicia chií, ha llamado a la tercera intifada, igual que ha hecho la organización integrista Hamas. Una petición, por cierto, que se produce treinta años después del estallido de la primera, en diciembre de 1987. De momento, las
movilizaciones en los territorios ocupados no están siendo tan importantes como se predijo, pero la situación es muy volátil. Los lanzamientos de cohetes desde Gaza, los bombardeos israelíes en represalia o cualquier otro hecho violento podría prender la mecha de un estallido a gran escala.
Estados Unidos nunca ha ocultado que Israel es su principal aliado en la zona pero, tradicionalmete, ha tratado de mantener una imagen de neutralidad que le ha permitido influir en todas las cuestiones vitales para una región de tanta importancia estratégica y económica. El fuerte alineamiento de la Administración Trump con las tesis israelíes ha hecho que la mayoría del mundo musulmán rechace abiertamente a Washington como mediador. En los próximos meses veremos si el apoyo a los palestinos se traduce en hechos concretos o se queda en el limbo de las declaraciones retóricas, como suele suceder. Todo el mundo observa con atención porque una de las mayores incógnitas es saber si, realmente, como ha asegurado Mahmoud Abbas, el presidente Palestino, Estados Unidos ha dejado de ser el Gran Hermano de la región. Un papel, por cierto, que otras grandes potencias estarían dispuestas a interpretar. Después de tantos años, es difícil de creer pero, quién sabe, quizás Trump tenía razón y los cambios en Oriente Próximo han comenzado, aunque no sea en la forma que él había previsto.
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