TRUMP ENTIERRA EL ESPÍRITU DEL DISCURSO DE OBAMA

La gira de Trump deja claro que sus prioridades en Oriente Próximo son la contención de Irán y la lucha contra el terrorismo. El proceso de paz entre israelíes y palestinos está al final de la agenda, igual que el fomento de la Democracia o los Derechos Humanos.

Trump hizo una complicada vista privada al Muro de las Lamentaciones y se convirtió en el prmer Presidente estadounidense en ejercicio en hacerlo.

Llevo cubriendo esta zona casi 20 años y nunca he visto una visita de un Presidente estadounidense con un discurso tan impreciso, que evitara tanto los puntos espinosos que enfrentan a israelíes y palestinos: ¿Solución de los dos Estados? No lo he escuchado en ninguna de sus intervenciones. ¿Garantías de seguridad para Israel a cambio de la creación de un Estado palestino? Tampoco. ¿Fronteras, asentamientos judíos, Jerusalén, ocupación? Nada. Ni rastro de esos términos que no hacen otra cosa que reflejar los verdaderos problemas que quedan pendientes. Y posiblemente sea mejor así, porque las palabras del Presidente no han sido siempre las más apropiadas. Sí hubo, en cambio, declaración de buenas intenciones, llamadas a que ambos intenten resucitar el proceso de paz y la promesa de construcción de un par de áreas industriales en Cisjordania que vendrán muy bien a la maltrecha economía palestina y, sobre todo, a sus hombres fuertes política y económicamente hablando.

El recién reelegido Presidente de Irán, Hasan Rohaní, negó las acusaciones de Trump de financiar grupos terroristas. Irán está alineado con Rusia, Hezbolá y el gobierno de al Asad en la guerra civil Siria.

De lo que sí se habló, y mucho, fue de terrorismo y, sobre todo, de Irán. En Arabia Saudí, Trump pidió a los países musulmanes que erradicaran el extremismo islamista porque «si no, todos sabemos lo que ocurrirá», vaticinó tres días antes del atentado de Manchester que dejó más de veinte muertos y cincuenta heridos. Después, en la siguiente etapa de su viaje, el presidente estadounidense volvió a centrarse en Teherán, un enemigo que conviene a Israel, a las monarquías suníes del golfo Pérsico, a Turquía y a Egipto. A pesar del acuerdo alcanzado por las potencias occidentales y Rusia, por el que los iraníes se comprometen a no enriquecer uranio más allá de lo que se necesita para su uso civil, Israel sigue considerando su programa nuclear como la máxima amenaza estratégica para su existencia. A Arabia Saudí, que se ha metido hasta el cuello en la guerra civil de Yemen contra los rebeldes Hutíes apoyados por los persas, también le viene bien la circunstancia. Y lo mismo a Egipto y al resto de países árabes que pretenden dificultar el ascenso de Irán como potencia regional chií. La tesis israelí de que Irán y las organizaciones que le son afines, como Hezbolá o Hamas, son el principal problema, ha convencido a la nueva administración estadounidense.

Pero 350.000 millones de dólares para comprar armas son muchos y eso ha despertado recelos en Israel, el otro pilar de la alianza anti-iraní. El ministro de Defensa, el ultraderechista Avigdor Liberman, entre otros políticos y militares, han expresado su preocupación por el hecho de que un país árabe pueda rearmarse demasiado.

El presidente Obama impulsó el aucerdo nuclear con Irán que Israel rechazó desde un principio. Trump ha prometido a Netanyahú que no permitirá que Teherán tenga armas nucleares

Pero si algo deja patente este viaje es que el nuevo Presidente estadounidense ha abandonado la idea de Obama de que la Democracia y la defensa de los derechos humanos traería la estabilidad a Oriente Próximo que se inició con aquel célebre discurso en la Universidad de El Cairo, en 2009. Trump es de los que prefieren una buena dosis de real politic para enterrar el sueño de las primaveras árabes bajo la convicción de que lo único que han aportado es inestabilidad a la zona y un ascenso de los grupos islamistas radicales. A juzgar por lo visto, su prioridad será la creación de regímenes estables que combatan el terrorismo desde el «lado correcto del mundo»  sin importar demasiado la concepción que sus aliados tengan de la Democracia o los Derechos Humanos.

 

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