Irán y el acuerdo nuclear; Siria y la ofensiva sobre Idlib; la franja de Gaza. Muchas costuras precarias para un tapiz que puede acabar rompiéndose por alguna de ellas.
El pasado siete de mayo, el gobienro iraní anunció que suspendía algunos de sus compromisos adquiridos en el acuerdo nuclear de 2015 porque el resto de firmantes no ha sido capaz de contrarrestar el efecto de las sanciones estadounidenses. Según ese pacto, Teheran se comprometía a vender uranio enriquecido cuando su producción exediera los 300 kilos y agua pesada al superar las 130 toneladas. El Presidente, Hasan Rouhaní, ha dado un plazo de 60 días tras los cuales podría volver a enriquecer uranio por encima del 3´67% y terminar el reactor de Arak. En la práctica, Irán intenta forzar a las potencias europeas a establecer un mecanismo que permita mitigar el devastador efecto de las sanciones estadounidenses sobre su economía después de que el Presidente Trump las reimpusiera hace un año. Desde entonces, la inflación se ha disparado al 40%, la moneda ha perdido dos tercios de su valor y la economía se ha contraído cuatro puntos.
Irán ha anunciado que ya no puede cumplir con algunos de los compromisos recogidos en el acuerdo nuclear de 2015. Las sanciones de Estados Unidos han tenido fuertes repercusiones económicas en el país | Informan desde Jerusalén @oscarmijallo y desde Washington @cristina_olea pic.twitter.com/sRLtBiFg6g
— Telediarios de TVE (@telediario_tve) 8 de mayo de 2019
Irán necesita que los europeos sean capaces de darle una salida para reactivar el comercio de petróleo y las transacciones financieras. Si no, las consecuencias pueden ser muy peligrosas. A pesar de que Washington ha enviado a la zona el grupo de ataque Abraham Lincoln no parece probable un enfrentamiento directo, sin embargo, si es posible que Irán intente presionar en otros frentes como Siria, Yemen o incluso Iraq, donde la población chií es mayoritaria. Un aumento de la presión que podría tener consecuencias en otras partes de la región.
En Siria, la actividad militar en Idlib, el último gran bastión que mantienen los rebeldes ha aumentado. Las tropas de Al Asad han tomado varias localidades estratégicas en el noroeste de Hama, como Qal’at Al-Madiq. Tanto los rusos como los iraníes son muy activos en su apoyo al régimen e Israel ha advertido de que no tolerará que la Guardia Revolucionaria iraní campe a sus anchas en su frontera norte o rearme a la guerrilla chií de Hezbolá, con quien mantuvo una cruenta guerra en 2006.
Desde esta madrugada se ha impuesto un alto el fuego tras la nueva escalada de violencia en la Franja de Gaza | Informa @oscarmijallo pic.twitter.com/Wjtkr6Y6r4
— Telediarios de TVE (@telediario_tve) 6 de mayo de 2019
Israel no sólo mira con preocupación al norte, también al sur. En la franja de Gaza, la pasada semana, se produjo la escalada de violencia más sangrienta desde la guerra de 2015. Murieron cuatro israelíes y más de 25 palestinos, entre ellos una bebe de 14 meses y dos mujeres embarazadas. Los grupos armados palestinos lanzaron casi 700 cohetes en menos de tres días e Israel bombardeó unos 350 objetivos de ambas organizaciones. Además, el Primer Ministro, Benjamin Netahyahu desempolvó la política de asesinatos de los líderes de Hamas con el de Ahmed Judari, curiosamente, considerado por sus servicios de inteligencia como el responsable de las transferencias de fondos que fluyen desde Irán a Hamas y la Yihad Islámica. Las diplomacias egipcia e internacional lograron un alto el fuego que, de momento, se está cumpliendo, pero la opinión pública israelí da por hecho que una nueva guerra es inevitable. Gaza es una herida que siempre se cierra en falso y siempre acaba por volverse a abrir. Quizás este mismo verano.