Trump, el primer presidente que vistita el Muro de las Lamentaciones y el que se mete en más charcos

Trump será el primer Presidente estadounidense en activo en visitar el Muro de las Lamentaciones, una de las decisiones que le han convertido en el que más dolores de cabeza da a sus diplomáticos y portavoces.

Trump ha lanzado numerosos mensajes de apoyo a su principal aliado, Israel, pero también intenta complacer a sus socios árabes, fundamentales para su política en Oriente Próximo.

Jerusalén es una ciudad donde cada gesto, cada palabra, cada pisada tiene un significado inmenso. Religioso y político, nada menos. No sólo importa lo que se hace, también dónde se hace y con quién se hace. Podríamos escribir un tratado sobre la Ciudad Santa pero intentaré explicarlo en un par de párrafos para exponer la profundidad de los charcos en los que se mente sin cesar el nuevo inquilino de la Casa Blanca.

 

Tras la guerra árabe-israelí de 1948 la ciudad quedó dividida: el Este, bajo admnistración jordana y el Oeste, israelí. Hasta que, en 1967, tras la guerra de los Seis Días, los muchachos del general Moshe Dayan -el del parche- la conquistaron por completo. Primera gran polémica: «reunificación» para los israelíes, «ocupación» para los palestinos y las Naciones Unidas que, en sus textos oficiales, se refieren a Cisjordania y Jersusalén Este como «territorios ocupados palestinos». El hecho es que la ONU y la mayoría de la comunidad internacional no reconoce Jerusalén como la capital de Israel y de ahí que la mayoría de los países tengan su embajada en Tel Aviv y consulados en Jerusalén.

El Domo de la Roca y el Muro de las Lamentaciones, lugares sabrados de judiós y musulmanes. Israelíes y palestinos reclaman Jerusalén como su capital.

La promesa electoral de Trump de trasladar su embajada a la Ciudad Santa y su visita al Muro de las Lamentaciones son dos dolores de cabeza para los diplomáticos estadounidenses que, ahora más que nunca, deben medir cada palabra que pronuncian. El anuncio de la primera medida enfureció a los aliados árabes de Washington, tan necesarios para contrarrestar la influencia iraní y yihadista en la zona; la rectificación posterior irritó a los israelíes. En cuanto a la visita al Muro -al principio con Netanyahu y al final privada – ha sido la puerta de entrada a un inmenso berenjenal, porque vistar el lugar sagrado de los judíos con el primer ministro israelí es muy comprometedor para una admnistración que quiere contentar al mismo tiempo a su mejor aliado en la zona y a sus socios árabes.

 

Los constantes bandazos de Trump y sus declaraciones le convierten en imprevisible y hacen de su twitter el más atractivo de todos los dirigentes mundiales.

Para los dirigentes musulmanes, pasear por Jerusalén Este con Netanyahu supone reconocer la soberanía israelí y eso es algo muy difícil de aceptar. Para los israelíes, la marcha atrás es otro portazo a sus aspiraciones, y ya van varios. Pero esto es algo que no parece preocupar a Trump, que cambia de discurso con una frecucia exagerada y peligrosa. Cambios constantes de políticas y posiciones lo convierten en un gobertante imprevisible, poco confiable y errático que no mide el alcance de sus declaraciones. Y esa actitud no sólo genera desconfanza entre los suyos, también entre sus aliados. Las recientes revelaciones que ha hecho a los rusos sobre material de inteligencia israelí podrían haber puesto en peligro a los agentes hebreos hasta el punto de que una fuente de los servicios secretos habría pedido reevaluar la información que se comparte con Washinton. En fin, que seguimos esperando a Trump, que llega el lunes, con la oreja puesta en cuál de sus declaraciones hará parar las máquinas de las rotativas y nos pondrá los pelos de punta. Veremos si no nos defrauda.

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