Los ataques contra iglesias cristianas en Egipto son frecuentes, pero uno tan sangriento contra una mezquita no tiene precedentes en un país que no logra salir de la espiral de violencia en la que se haya inmerso desde hace años.
Según el informe de la fiscalía egipcia una treintena de hombres armados que llevaban banderas del DAESH fueron los autores de la terrible matanza. La Unión de Tribus del Sinai, que ha prometido venganza por el ataque, asegura en un comunicado que los terroristas cerraron las puertas de la mezquita de al Rauda y masacraron a los que estaban dentro. Los testimonios que recoge la prensa egipcia hablan de que colocaron varias bombas y luego abrieron fuego contra los que intentaban huir y contra las ambulancias. El resultado: más de 300 muertos.
Independientemente de quién haya sido el autor, esta matanza deja al descubierto que el presidente al Sisi no ha logrado controlar la situación de seguridad en el Sinai en particular y en el país en general. Desde el gran atentado que en 2015 destruyó el vuelo ruso de Metrojet y dejó 224 muertos, los ataques contra las fuerzas de seguridad y las iglesias cristianas no han cesado. La represión contra los Hermanos Musulmanes desatada tras el golpe de Estado que hace cuatro años deshalojó del poder al presidente islamista, Mohamed Mursi, no ha contribuído a calmar los ánimos. Más bien, al contrario, parece haber contribuído a engrosar las filas de movimientos islamistas aún más radicales.
En esta ocasión su objetivo han sido los sufíes, una corriente mayoritariamente suní del islam considerada mística y heterodoxa. Su heterodoxia, a menudo interpretada como moderación, es la que más ofende a a los grupos islamistas radicales en general y en especial al DAESH que, en numerosas ocasiones, los ha amenazado porque los considera una secta que aleja a los más jóvenes del camino de la virtud. Ya el año pasado decapitaron a un líder de esta comunidad al que acusaron de practicar magia.
El Presidente al Sisi, en su discurso a la nación tras el ataque, se refirió a los terroristas como «takfiris», un término utilizado para referirse a los musulmanes que niegan tal condicion a otros que no comparten su concepción de la fé. Una vez más se confirma que los yihadistas no sólo tienen en la diana a las democracias occidentales, también a cualquier musulmán se aparte de su interpretación radical. Por ello, aunque les pese a los asesores más duros de Trump, Putin y otros líderes mundiales, la derrota de organizaciones radicales como el DAESH pasa por la firme colaboración entre el islam moderado y las grandes potencias.
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