Antes, cuando algún colega periodista me saludaba en el ascensor de la corresponsalía, solía preguntarme por mi último viaje a Mosul o a Gaza. Ahora, todos preguntan por Cataluña.

Llevo veinte años hablando de conflictos ajenos, lejanos, en otros países, en tercera persona. Estoy acostumbrado, pero ahora es diferente. Esta vez me toca a mi ser parte en uno de ellos y eso me causa un desasosiego tremendo. «¿Qué va a pasar?» me pregunan una y otra vez; «¿habrá independencia?» o, incluso «¿puede haber guerra?» -esta última, en una zona tan acostumbrada a la violencia, la hacen mucho y me pone los pelos de punta -. Yo les respondo que no, realmente convencido, pero lo hago con un nudo de inquietud en la garganta. Y creo que me lo notan.
Todos los que tienen un mínimo grado de confianza sacan el tema. Los israelíes, los palesitnos, los franceses, los daneses destinados aquí… Todos ellos aprovechan cualquier comunicación, personal o por mail, para interesarse, porque lo que ha ocurrido en Cataluña los ha dejado perplejos. La percepción de España como un país con una transición modélica ha saltado por los aires. Aquella nación que supo salir

pacificamente de la dictadura de Franco se percibe ahora como un Estado en crisis que se debate entre la defensa de su integridad territorial y la represión excesiva del independentismo. El hecho de que la consulta fuera unilateral e ilegal, ha pasado practicamente inadvertido ante las escenas que el pasado domingo mostraron las televisiones. Las imágenes de la policía llevándose las urnas y cargando contra la gente de la calle, que eran las que querían los independentistas, surtió su efecto. Las cargas policiales acapararon las portadas de la prensa internaional. En ese sentido, es evidente que los nacionalistas ganaron la batalla inicial. La moderación posterior en la actuación de las fuerzas de seguridad ha calmado en gran medida esa percepción, pero lo que queda en la retina de los espectadores extranjeros son los porrazos. Si la acutuación policial estaba justifiada o no pasa siempre a un segundo plano y, con un Govern que ha perdido la batalla de la diplomacia, pues no ha conseguido el apoyo de ningún país o institución internacional, esa opción sólo es contraproducente.

El respaldo de Estados Unidos, en boca del propio presidente, Donald Trump, de las principales potencias y de la Unión Europea ha jugado a favor del gobierno de España, pero no hay que olvidar que Bruselas también dijo que la violencia no puede ser la solución. El mensaje está claro: ¿para qué utilizar las porras cuando se tiene ganada la batalla de la legalidad a nivel interno e internacional?
El otro monstruo que aterra a la comunidad internacional es la negativa al diálogo, piedra angular de los estados democráticos. Los editoriales de la prensa internacional muestran que la percepción mayoritaria es que esa es la única salida a esta crisis. Y eso es algo que no es incompatible con la postura de los tres grandes partidos constitucionalistas porque no se trata de dialogar con los líderes que han causado esta situciación, sino con los ciudadanos. Es tan importante que el peso de la ley caiga sobre quienes la hayan quebrantado -esto lo mantienen el PP, el PSOE y Cs- como hablar con los sectores independentistas que defienden sus posiciones sin quebrantar la legislación vigente. Dentro ese ámbito todo es posible, desde la reforma constitucional a la del Estado.
Los independentistas no querían esas imágenes, de verdad pensamos que se aplicaría en principio de proporcionalidad como hicieron los Mossos que cerraron más de 500 escuelas sin un solo herido. La imagen la buscaba el Gobierno español pensando que la gente iba a asustarse y irse a su casa, pero el efecto fue el contrario. Sino no se entiende que GC y PN actuarán en tanto pueblo pequeño y con tanta agresividad. No olvides que cerrando solo 92 colegios provocaron más de 800 heridos.
PD Me encantó tu libro
Gracias, por el comentario y por lo del libro. Disculpa la tardanza