Empeñado en protegerse del regreso de los yihadistas que combaten en Oriente Próximo, Occidente pasa por alto que el enemigo está en casa y que ahora es mucho más difícil de detectar.

Irak, Afganistán, Líbano o Egipto llevan años sufriento en sus carnes la brutalidad de los grupos yihadistas locales. Organizaciones armadas que han crecido descontrolada y exponencialmente al calor de la pobreza y la corrupción. Ahora, ese cáncer ha transpasado las fronteras de los estados fallidos o conflictivos y ha llegado a Europa y Estados Unidos con más intensidad que nunca. Los gobiernos occidentales, desbordados, se preoucupan por la vuelta de los yihadistas que han ido a combatir a Siria, Irak o Libia -y tienen razones para ello – pero lo peor es que hay otro enemigo mucho más invisible: la población radicalizada con nacionalidad occidental dispuesta a abrazar la yihad en su vertiente más violenta, en cualquier momento, y en el lugar más insospechado.

Buen ejemplo son los tres autores del último atentado de Londres. Dos tenían pasaporte británico y otro italiano. También el del ataque del 23 de marzo era británico, igual que el la masacre de Manchéster. No es casual que el Reino Unido haya sido el escenario de tres sangrientos atentados desde el mes de marzo. Las elecciones, su inestabilidad política tras el brexit y el auge de los movimientos radicales xenófobos le convierten en el blanco de los terroristas, que buscan una reacción violenta y desproporcionada a sus matanzas. También hay otras razones de índole más prágmatico como la reducción de 20.000 agentes que llevó a cabo la acutal Primera Ministra, Theresa May, cuando era ministra del interior o la ausencia de obligación de identificarse que existe en el Reino Unido. ¿Se imaginan lo que debe complicar esto a los agentes de inteligencia hacer un seguimiento efectivo de los más de 16.000 sospechosos de radicalización que tienen?

En muchos casos se trata de individuos con un perfil diferente al del terrorista tradicional. Mientras algunos como Carlos o Bin Laden provenían de familias de clase media y alta, el ISIS ha cambiado ese patrón. Según un informe del Centro Internacional para el estudio de la Radicalización en Europa -CIERE- se está dando el hecho de que elementos criminales se están fusionando con celulas terroristas de inspiración yihadista. El Estado Islámico, al contrario que sus antecesores, no tiene reparo en aceptar a estos indivíduos con antecedentes criminales a sabiendas de que están habituados a utilizar la violencia y de que pueden emplear sus actividades ilegales para financiarse. Según este think tank esto hace mucho más difícil para los servicios de seguridad controlarlos.

Mas difícil aun es desenmascarar a aquellos que se radicalizan sin tener antecedentes criminales. El CIERE asegura que Internet es fundamental para su proceso de radicalización pues da acceso a multitud de contenidos de propaganda yihadista. En este sentido, el Observatorio Internacional de Estudios sobre el Terrorismo -OIET- destaca que la Red opera desde hace años como principal canal de distribución. El OIET asegura que la Red amplía las oportunidades para que sujetos susceptibles a una “conversión extremista” entren en comunicación con otros individuos plenamente radicalizados que pueden arrastrarles hacia posiciones más extremas. Y aun hay más. Al permitir el contacto entre personas de todo el mundo, Internet alimenta el sentimiento de pertenencia a un movimiento transnacional y amplía las posibilidades de colaboración entre los sujetos y las estructuras terroristas.
En definitiva, que esa «radicalización on line» hace que las amenazas terroristas sean cada vez más frecuentes y difíciles de detectar y neutralizar.