NUEVA MASACRE DE COPTOS EN EGIPTO

Acosado por una grave crisis económica, Egipto acaba de sufrir otro atentado terrorista. La violencia yihadista amenaza al Presidente al Sisi pero, también, contribuye a mantenerlo en el poder.

Los coptos se han convertido en el blanco de los ataques de algunos grupos radicales islamistas, que consideran que sus líderes respaldan al Presidente al Sisi en su lucha contra el yihadismo

El autoproclamado estado islámico ha vuelto a golpear a los cristianos de Egipto. Si la minoría copta, un 10 por ciento de los 85 millones de egipcios, ya se consideraba discriminada, ahora se siente más amenazada que nunca. Y lo cierto es que no les faltan razones para ello. A los atentados del pasado domingo, en los que han muerto más de 40 personas, se une el de diciembre de 2016, con una treintena de fallecidos y, entre medias, en febrero de 2017, la huida de centenares de cristianos que abandonaron sus casas en la península del Sinaí debido a las amenazas del DAESH. Y estos son sólo los ataques contra cristianos porque el total son casi incontables y han alejado a las inversiones extranjeras y al turismo – un 11% del producto interior bruto –, del país.

Pero el verdadero problema de la economía es que el gobierno no ha sabido lidiar con la crisis económica y con la corrupción. Y gran parte de la culpa la tiene el oscuro papel del Ejército que, tradicionalmente, ha sido fundamental para mantener al Presidente en su puesto. Numerosas fábricas y concesiones están en manos de los militares y nadie sabe o se atreve a cuantificar con seguridad lo que esto representa en términos reales. Según algunas fuentes la actividad económica gestionada directa o indirectamente por individuos relacionados con las fuerzas armadas supera el 15% del PIB, aunque hay quien asegura que puede llegar al 40%.

La violencia y la inestabilidad social han alejado al turismo, una de las principales fuentes de ingresos de Egipto.

La economía egipcia es poco competitiva y está al borde del colapso. El gobierno ha tenido que devaluar la moneda, que ha pasado de 8 libras egipcias por dólar el pasado mes de noviembre a más de 18. Ello supone una devaluación real de más del 100%. Era una exigencia del Fondo Monetario Internacional para conceder un préstamo de 12.000 millones de dólares que el ejecutivo necesitaba para importar productos básicos y pagar las nóminas de los funcionarios. Una devaluación brutal que ha aumentado los precios de alimentos y otros bienes de primera necesidad, como el azúcar, que ha llegado a dispararse un 48% a pesar de estar subsidiado. La brecha entre ricos y pobres ha aumentado, al igual que el descontento social, incluso, entre las clases adineradas. Por ejemplo, el más de un millón de egipcios que invirtieron sus ahorros en la ampliación del canal de Suez. En total, unos 64.000 millones de libras que en 2014 tenían un valor de 9.000 millones de dólares pero que, de la noche a la mañana, pasaron a valer unos 4.000.

El general Abdel Fatah al Sisi derrocó al Presidente Islamista, Mohamed Musrsi, en 2013 con un golpe de Estado.

En este escenario, poco parecen importarle al Presidente y a quienes le respaldan las críticas sobre el deterioro de los derechos humanos y los abusos cometidos por las fuerzas de seguridad contra los opositores, incluidos los Hermanos Musulmanes. Desde antes de proclamar el estado de emergencia durante tres meses, Al Sisi ya se presentaba a si mismo como el hombre que está conteniendo a los yihadistas en un entorno en el que se está librando una guerra contra el islamismo radical a nivel interno y externo. “O yo, o el caos” es el mensaje que esgrime el Presidente para justificar este giro autoritario que, en realidad, es un nuevo fracaso de lo que algunos románticos llamaron, en 2011, la  “Primavera árabe”. En un Egipto que cada se parece más al de Mubarak, de momento, su estrategia le está sirviendo para mantenerse en el poder. Y puede que por mucho tiempo.

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