Hace poco menos de 20 días que hemos regresado de Irak y la ofensiva sobre la parte oeste de Mosul me recuerda que volveremos pronto. Como me gusta devolver los favores – los buenos y los malos – me parece justo empezar esta nueva aventura, este blog de periodismo, viajes y experiencias con un post sobre un lugar al que debo tanto.
A pesar de haber seguido vinculado a Oriente Próximo, las circunstancias me han tenido apartado de Irak casi diez años. No había reparado en ello hasta que mi jefe me llamó para

proponerme ir a Mosul porque esta ha sido una década intensa – Afganistán, Israel y Palestina, la Primavera Árabe, Siria, Libia y algún otro conflicto más -, en la que no he tenido tiempo de aburrirme.
El Irak que yo conocí era un Irak sin wifi en los hoteles, sin coberturas 2, 3 o incluso 4G que ahora se pueden encontrar en algunas zonas de Erbil o hasta de Mosul. Era el Irak de 2003, el de la invasión estadounidense; el de los teléfonos Thuraya; el que olía al gasoil de los gigantescos grupos electrógenos con los que se paliaban los frecuentes cortes de energía que todavía se dan. Sí, eso no ha cambiado tanto. Aquel era un país difícil de vivir, como el de ahora. Con atentados, combates, secuestros y asesinatos, pero yo le estoy agradecido porque me permitió dedicarme a lo que siempre he deseado: la información internacional.
Desgraciadamente, este último viaje a Mosul ha servido para ver con mis propios ojos que el país sigue sumido en el caos y la violencia, coqueteando a diario con la posibilidad de arrojarse a un enfrentamiento sectario que lo lleve a la desintegración. Y todo ello bajo la sombra del grupo terrorista más poderoso y peligroso de nuestros tiempos: el autoproclamado Estado Islámico, el DAESH. Una organización nacida de los escombros del ejército y los servicios de

inteligencia de Sadam Husein que ha sabido conjugar la fuerza de las armas con el poder de internet para reclutar asiduos en todo el mundo y golpear el cualquier parte del planeta . Su líder, Abu Bakar al Baghdadi, ha conseguido crear un Califato en partes de Siria e Irak al que aun no se ha podido derrotar, ni siquiera con la ayuda de las principales potencias internacionales. El DAESH aun resiste y, aunque lo más probable es que tarde o temprano sea vencido sobre el terreno, la guerra no habrá hecho más que empezar porque, tras la caída del califato físico, habrá que acabar con un enemigo aun más poderoso. Un oponente capaz de reclutar adoctrinar yihadistas europeos y estadounidenses y entrenarlos en lugares recónditos para que luego vuelvan a cometer sangrientos atentados terroristas en occidente. Sí, la derrota del califato físico es importante, pero solo será la primera batalla de la guerra contra el califato virtual.